Toca despedida. Decir adiós puede llegar a ser algo trivial o durísimo (recordad vuestras elegías). Hoy no voy a deciros adiós. Como tampoco les dije adiós a mis chicos del Martínez Montañés. Nuestro pequeño hospital de campaña se cierra.
Mi amigo Juan Pablo murió hace unos meses. Hubiera disfrutado mucho viéndome tan feliz con mis niños en mi recién estrenada plaza de profesora de secundaria y le habría encantado este blog, porque sus comentarios y críticas estaban hechos siempre desde el cariño que me tenía. Pero se nos fue y no tuve la oportunidad de enseñarle vuestro trabajo y el mío. Esta última entrada quiero dedicársela a él y a vosotros, alumnos y alumnas de 2ºA, 3ºB y 3ºC, que ya conocéis el valor de la amistad y habéis comenzado a experimentar lo que supone la pérdida de los seres que amáis.
José Hierro escribió en uno de sus primeros libros, Alegría, un poema inquietante lleno de una extraña belleza, El rezagado: un hombre nos dice adiós. Lo único que parece atarle a este mundo es nuestro propio recuerdo, nuestro dolor… Dejo a un lado el dolor y me quedo con la capacidad innata de mi amigo para darle a cada persona un lugar en su mundo.
El Rezagado
Te vimos, por última vez, ante el puente que unía
tu reino con este otro reino
que sólo verán nuestros ojos.
Es duro perderte, saber que ni soles,
ni siglos, ni vientos,
saber que ni mares ni noches
podrán devolvernos tu rostro.
Te vimos llorar. Te sentaste a la sombra de un árbol.
Tus dientes mordían un tallo de verde y de oro.
Después nunca más te encontramos.
Nos queda de ti, el rezagado,
la imagen de un hombre llevando en su frente la luz
del crepúsculo rojo.
Nos duele saber que eres débil, que no te atreviste
a arrojar al olvido,
a manchar, al rozarte el dolor, tu sereno tesoro.
Desde aquí pensaremos en ti, en tu alegría.
(Eras tú el más perfecto de todos;
pero yo ya conozco qué largas cadenas,
qué profundas raíces, qué fuertes cerrojos,
qué torres, qué ríos detienen tu paso,
qué música de olas, qué frutos redondos.
Yo sé bien lo que cuesta perder la alegría
y volver a ganarla después del dolor,
en un mundo remoto).
Es duro perderte. Quisiera guardar
para siempre tu imagen,
la imagen que está en mi recuerdo
poblando de sueños su fondo.
Pero ya te han llenado las manos de estrellas azules,
el pecho de yedra, la frente de mares brumosos.
Tan lejos te vemos y extraño, tan de otro planeta,
que casi olvidamos
que un día viviste feliz con nosotros.
Juampi, “como a las telas de mi corazón”
Mi amigo Juan Pablo murió hace unos meses. Hubiera disfrutado mucho viéndome tan feliz con mis niños en mi recién estrenada plaza de profesora de secundaria y le habría encantado este blog, porque sus comentarios y críticas estaban hechos siempre desde el cariño que me tenía. Pero se nos fue y no tuve la oportunidad de enseñarle vuestro trabajo y el mío. Esta última entrada quiero dedicársela a él y a vosotros, alumnos y alumnas de 2ºA, 3ºB y 3ºC, que ya conocéis el valor de la amistad y habéis comenzado a experimentar lo que supone la pérdida de los seres que amáis.
José Hierro escribió en uno de sus primeros libros, Alegría, un poema inquietante lleno de una extraña belleza, El rezagado: un hombre nos dice adiós. Lo único que parece atarle a este mundo es nuestro propio recuerdo, nuestro dolor… Dejo a un lado el dolor y me quedo con la capacidad innata de mi amigo para darle a cada persona un lugar en su mundo.
El Rezagado
Te vimos, por última vez, ante el puente que unía
tu reino con este otro reino
que sólo verán nuestros ojos.
Es duro perderte, saber que ni soles,
ni siglos, ni vientos,
saber que ni mares ni noches
podrán devolvernos tu rostro.
Te vimos llorar. Te sentaste a la sombra de un árbol.
Tus dientes mordían un tallo de verde y de oro.
Después nunca más te encontramos.
Nos queda de ti, el rezagado,
la imagen de un hombre llevando en su frente la luz
del crepúsculo rojo.
Nos duele saber que eres débil, que no te atreviste
a arrojar al olvido,
a manchar, al rozarte el dolor, tu sereno tesoro.
Desde aquí pensaremos en ti, en tu alegría.
(Eras tú el más perfecto de todos;
pero yo ya conozco qué largas cadenas,
qué profundas raíces, qué fuertes cerrojos,
qué torres, qué ríos detienen tu paso,
qué música de olas, qué frutos redondos.
Yo sé bien lo que cuesta perder la alegría
y volver a ganarla después del dolor,
en un mundo remoto).
Es duro perderte. Quisiera guardar
para siempre tu imagen,
la imagen que está en mi recuerdo
poblando de sueños su fondo.
Pero ya te han llenado las manos de estrellas azules,
el pecho de yedra, la frente de mares brumosos.
Tan lejos te vemos y extraño, tan de otro planeta,
que casi olvidamos
que un día viviste feliz con nosotros.
Juampi, “como a las telas de mi corazón”