1 de marzo de 2009

Microrrelatos


Los microrrelatos son un género literario en auge. Se trata de cuentos muy breves, pero intensos, con mucha sustancia. Se suele hablar de microrrelatos, minicuentos, minificciones, minihistorias, cuentines, nanocuentos, cuentos bonsái...
La Institución Cultural “El Brocense” (ICB), de la Excma. Diputación Provincial de Cáceres convoca el V concurso de Microrrelatos “El Brocense” para estudiantes españoles matriculados en el segundo ciclo de la ESO, Bachillerato y Programas y Ciclos Formativos del curso 2008-2009. Vosotros, por supuesto, podéis participar. Aquí tenéis resumida la convocatoria:

Concurso de Microrrelatos EL BROCENSE




Previamente tendréis que entregarme los microrrelatos para seleccionar los textos que participarán en el concurso.

Mi compañera de Departamento, Elisa, ha trabajado estos breves relatos con sus alumnos y alumnas de 1º. Os invito a visitar su blog y a leer la magnífica selección que ha realizado. Pinchad aquí. Os aseguro que merece la pena y pasaréis un buen rato intentando descifrar sus misteriosos y sorprendentes significados.

También podéis leer los que siguen:

Tatuaje
Ednodio Quintero

Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.


La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos: breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad.
En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.

El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal.


El pozo
Luis Mateos Díez


Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después, mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en su interior. “Éste es un mundo como otro cualquiera”, decía el mensaje.


Un cuento de amor

Marcial Fernández

Rudolf, con la cabeza levantada y reclinado en su cadencioso cuerpo la miraba con sus profundos ojos verdes. Ella, esbelta y apetitosa, bailaba enfrente y en torno a Rudolf apenas sin tocar el suelo. Él- es de suponerse- estaba en posición de ataque, con esa nerviosidad serena que siempre le fue tan característica. Ella, seductora, como si no se diera cuenta de la situación, seguía exhibiéndose alegre y provocativa. Rudolf, entonces, de un sólo movimiento atrapó entre sus fauces gatunas a la mariposa, y, de dos mordidas, se la comió.


Las llaves de Stella


Jorge Ariel Madrazo


Stella abrió la puerta de su casa, radiante como siempre. Entre cuatro dedos de su mano derecha- en posición supina- agitaba las llaves y con la otra mano sujetaba a su perra blanca, Stephanía, a la que llevaba al paseo nocturno. De pronto comprobó: ya no tenía las llaves. Nunca aparecerían. En la siguiente oportunidad aferraba la correa perruna cuando, en una distracción o algo así, advirtió con alarma que ya no la sujetaba. De la perra, nunca supo. Una noche del mes siguiente apoyó una mano en una pared de su casa y ¡zaz! ésta se esfumó ante su aterrado estupor.Decidió entonces invitar a salir al hombre a quien odiaba, lo aferró de un brazo con fuerza. Nada. Stella ignoraba que el don de las desapariciones le había sido otorgado por el dios bromista sólo para ser ejecutado tres veces. Resignada, Stella descubrió en cambio que el hombre no era tan desagradable. Y poseía llaves, perro y casa.


El tejedor celoso
Fernán Caballero

Había una vez un hombre que era tejedor; tenía una mujer muy buena y muy linda; pero la había dado la manía de ser celoso y de figurarse que su honrada mujer le podía faltar. Una mañana, sabiendo que su mujer se había ido a confesar, y queriendo cerciorar de si sus sospechas eran ciertas, se puso un hábito de fraile y se sentó en el confesionario. Llegó la mujer, que lo había conocido y le dijo:
- Acúsome, padre, que he tenido amores con un mozo, después con un viejo y después con un fraile.
-Vete de aquí- le dijo el fingido fraile-no hay absolución para tales delitos.
Fuese enseguida a su casa y se puso a tejer; pero como estaba tan rabioso empezó a cantar para que lo oyese su mujer:
Acúsome padre, con mucho descoco
Que he tenido amores con un hombre mozo;
Después con un viejo, después con un fraile;
Y teje que teje, y dale que dale.
A lo cual ella, en la misma tonada, contestó de esta suerte:
- Si te lo dije, fue por ser verdad,
Puesto que te quise en tu mocedad;
Ayer siendo viejo y hoy siendo fraile;
Y teje que teje y dale que dale.
Con lo cual se quedaron tan amigos por ciento y un años.


Servicio de correos

Orlando Van Bredam

Mi natural desconfianza del servicio de correo me llevó a probar la eficacia del sistema. Me envié cartas a mí mismo para saber si llegaban a tiempo. Nada más particular que la cara del cartero cuando descubría que el destinatario y el remitente eran la misma persona.


En una oportunidad, el texto me resultaba extraño. Supuse que se trataba de una broma de los empleados o de mi vieja costumbre de pensar una cosa y escribir absolutamente lo contrario. Lo cierto es que nada me proporcionaba más placer que recibir mis propias cartas. Eso tenía sus ventajas; en primer lugar, nunca había sorpresas desagradables; en segundo lugar, eran líneas sinceras, nunca trataba de engañarme con adulaciones hipócritas y tercero; en caso de que la carta se extraviara del correo a mi casa, no importaba, yo sabía de qué se trataba.


Soledad

Pedro de Miguel


Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.


No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.


Paternidad responsable
Carlos Alfaro


Era tu padre. Estaba igual, más joven incluso que antes de su muerte, y te miraba sonriente, parado al otro lado de la calle, con ese gesto que solía poner cuando eras niño y te iba a recoger a la salida del colegio cada tarde. Lógicamente, te quedaste perplejo, incapaz de entender qué sucedía, y no reparaste ni en que el disco se ponía rojo de repente ni en que derrapaba en la curva un autobús y se iba contra ti incontrolado. Fue tremendo. Ya en el suelo, inmóvil y medio atragantado de sangre, volviste de nuevo tus ojos hacia él y comprendiste. Era, siempre lo había sido, un buen padre, y te alegró ver que había venido una vez más a recogerte.


Ajuar funerario
Fernando Iwasaki


Cuando llegué al sanatorio, encontré a mi madre enlutada en las escaleras.-Pero mamá, tú estás muerta.-Tú también, mi niño.Y nos abrazamos desconsolados.


La cita inesperada

Pablo Santillán Ledesma


Me había dicho que no volveríamos a vernos; que era la primera y última vez. Que era peligroso. Lo decía sutilmente, como silbando las palabras. Yo tenía la certeza de que estaba mintiendo, o que con esa determinación decía lo contrario; estaba seguro porque mientras me hablaba apretaba mis manos, silabeando.Al siguiente día, en la noche, cuando la velaban, una de sus íntimas amigas me susurró al oído: “Fíjate que hoy, precisamente hoy en la tarde, ella me había dicho que mañana en la noche tendría una cita contigo”.


Fuentes (www.elpais.com, www.cuentosymas.com.ar)

4 comentarios:

Daer dijo...

pues los relatos cortos estos me han gustado bastantes, aunque algunos no eran tan cortos

Daer dijo...

profesora he vuelto a meter otro poema

Jose González dijo...

estan muy bien

patry dijo...

a mi algunos relatos me gustan otros no el que mas me a gustado a sido el de tatuaje ese me a encantado ¿jose como se te ocurre decir que esta solo bien?